domingo, 12 de abril de 2015

Después de roer mis zapatos con el asfalto,
de caminar sin rumbo fijo y sin parar,
terminé en el mismo lugar donde empecé
no sé si fue por azar o por voluntad, pero aquí estoy.
Una hora y algo más en que mi cabeza no estaba en mi cabeza, que mis pensamientos estaban más allá del frontal, parietal, occipital y temporal; estaba sumergido en mis sentidos, me dediqué a sentir completamente, a explorar cada reacción que producían en mi cuerpo. Respiré profundo la humedad que me rodeaba, escuché cada movimiento mínimo del aire, palpé la arena mojada y grumosa en la que me senté a ser humano, vi levemente pero con cierta majestuosidad los colores del ocaso tapado entre árboles de cemento, probé de mi propia saliva, de mi sed, una y otra vez, fueron momentos de verdadera libertad, estaba libre de toda mala energía, libre de pensamientos artificiales y superficiales, libre y feliz, felicidad de ser y sentir, felicidad de aceptarme y de quererme, una felicidad liberadora, una felicidad dispuesta y que espera ser compartida. Entiendo el poder de las caminatas y del ritmo del corazón, entiendo el poder de la introspección y de la libertad que nos da. Seamos más humanos, sintamos más.

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